Las estaciones de ‘entretiempo’, es decir, cuando pasamos del calor al frío y a la inversa, son más peligrosas de lo que parece para nuestro coche. Aunque las temperaturas no sean tan intensas como en verano o invierno, también podemos terminar en el taller y con una factura de hasta 3.000 euros.
Hay averías que se pueden evitar con un buen mantenimiento, incluso con una buena limpieza después del verano, pero hay otras que se producen por el desgaste natural de las piezas. Lógicamente, si pasas por el taller cuando toca y sigues el calendario de revisiones, puedes anticiparte a algunos fallos mecánicos. Pero hoy te vamos a hablar de 5 averías muy habituales en otoño, según los talleres especializados, y que en su mayoría son silenciosas.
Inyección y sistemas de combustible

El sistema de inyección es uno de los que primero se resiente cuando llega el frío y la humedad. En los motores diésel modernos, los inyectores tienen que trabajar con una presión enorme, así que cualquier impureza, incluso la condensación, puede provocar averías grandes. ¿Los síntomas? Tirones, problemas para arrancar o exceso de humo por el escape.
El gran problema es que un fallo de inyectores no se soluciona con una simple limpieza. Vas a tener que pasar por el taller para cambiarlos, y fácilmente te puede costar entre 1.500 y 2.500 euros, según el coche. Incluso más si también hay daños en otras piezas del sistema de combustible. No vas a poder evitarlo, pero los talleres recomiendan mantener siempre los filtros en buen estado y no apurar el depósito para evitar sedimentos.
Los talleres avisan de las averías en el turbo

No es tan difícil que se nos rompa el turbo. Funciona a temperaturas y presiones altísimas, y el uso en frío con humedad o bajas temperaturas hace que las piezas internas sufran más de la cuenta. Lo vas a detectar por una pérdida evidente de potencia, que el motor consume más aceite de lo normal e incluso con un silbido que suena al acelerar.
Una avería así no baja de los 1.500 euros en la mayoría de coches, aunque en los modelos de alta gama puede llegar perfectamente hasta los 3.000 euros.
La solución de los talleres pasa por respetar los tiempos de lubricación al arrancar (dejarlo unos 30-40 segundos al ralentí) y dejar que el turbo se enfríe antes de apagar el motor después de un trayecto exigente (entre 1 y 3 minutos, según el recorrido).
Suspensión y amortiguadores castigados por la lluvia

El otoño, sobre todo si es lluvioso, castiga mucho los sistemas de suspensión. Las carreteras mojadas, los baches que se ‘esconden’ en los charcos y un firme irregular hacen que los amortiguadores, silentblocks y rótulas se desgasten antes de lo que toca.
Si la suspensión está en mal estado lo vas a notar en el confort, pero también es peligroso para la seguridad. Aumenta la distancia de frenado y reduce la capacidad de agarre en curvas o maniobras más bruscas. El coste de sustituir amortiguadores y piezas relacionadas puede superar los 1.200 euros en turismos, y mucho más en SUVs o vehículos con sistemas adaptativos.
Los talleres recomiendan revisar el sistema cada 60.000 kilómetros, pero hay que tener en cuenta que el desgaste se acelera en otoño.
Ojo con los discos y pastillas de frenos

Los frenos tampoco se libran. La humedad hace que los discos se oxiden fácilmente, las pastillas se cristalicen y, en consecuencia, que pierdan eficacia. Lo reconocerás por las vibraciones al frenar, un tacto ‘esponjoso’ o ruidos metálicos.
Tener que pasar por el taller para cambiar discos y pastillas en las cuatro ruedas puede superar los 1.000 euros, sobre todo si ya aprovechas para cambiar el líquido de frenos y revisar pinzas o latiguillos. Aunque muchos conductores intenten alargar su vida útil, tienes que tener en cuenta que un sistema de frenos en mal estado multiplica el riesgo de accidente con el asfalto mojado.
La electrónica y los sistemas de arranque, habitual para los talleres

El último dolor de cabeza para los talleres (y conductores) tiene que ver con la electrónica. La humedad y el frío afectan directamente a baterías, alternadores y hasta a las centralitas. Por ejemplo, una batería descargada es un gasto relativamente asumible, pero ojo si el problema ‘salta’ al alternador o a la unidad de control electrónico.
En estos casos, la factura se puede disparar a cifras que van desde los 800 hasta los 2.500 euros, según el modelo. Lo peor es que son fallos que aparecen sin previo aviso, así que es difícil diagnosticarlos.
















































































































































































































