Vivimos rodeados de restricciones a los coches más contaminantes, porque la electrificación es el futuro. De ahí que tengamos, de momento, Zonas de Bajas Emisiones para los vehículos sin distintivo ambiental a las que dentro de no mucho tiempo se van a sumar los coches con etiqueta B y C. Ahora mismo, los híbridos y eléctricos con etiqueta ECO y Cero son los grandes privilegiados.
Y mientras Europa apuesta fuerte por los vehículos eléctricos y por acabar poco a poco con los motores de combustión, hay otro lugar en el mundo que va en la dirección contraria. Y no podría ser otro que Estados Unidos. No es una decisión política, económica ni medioambiental, así que el motivo final te va a sorprender bastante.
Ni gasolina ni eléctricos: solo coches diésel
Hay una región en la otra punta del mundo que ha vetado la circulación de los coches de gasolina, los eléctricos y los híbridos, y solo permite circular a los diésel. Y no es precisamente una ciudad pequeña, sino en una zona oriental de Estados Unidos, concretamente en unos 34.000 metros cuadrados que cruza parte de Virginia Occidental, Virginia y Maryland.
Es lo que se conoce como The Quiet Zone, una zona de silencio radioeléctrico donde, desde hace décadas, están vetadas las emisiones electromagnéticas de todo tipo. Y esto incluye también a los coches. Por tanto, solo pueden circular los coches diésel, y se quedan fuera el resto.
Lo más curioso es el motivo, porque no se debe a la llegada de Donald Trump, ni a ninguna otra cuestión económica o política. Obedece a una necesidad científica muy concreta: evitar interferencias electromagnéticas.
Un observatorio que necesita silencio absoluto
El epicentro de esta zona tan particular es el Observatorio Green Bank, un enorme radiotelescopio que destaca por ser el mayor del mundo completamente orientable. Su función es captar señales de radio procedentes del espacio, lo que exige un entorno totalmente libre de interferencias. Una chispa eléctrica, una señal Bluetooth e incluso una bujía en funcionamiento podrían arruinar por completo una observación.
Por eso, en un radio de 16 kilómetros está prohibido el uso de teléfonos móviles, redes WiFi, microondas o dispositivos inalámbricos. También se limita el tipo de vehículo que puede circular por allí. Solo los coches diésel están permitidos, porque no utilizan bujías ni componentes electrónicos que generen perturbaciones en el espectro electromagnético. No es que contaminen menos, sino que «molestan» menos desde el punto de vista radioeléctrico.
Además del observatorio, también se encuentra en esta zona la Sugar Grove Station, una antigua instalación de la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, lo que añade aún más restricciones por cuestiones de defensa y vigilancia tecnológica.
La paradoja del progreso: cuando electrificar no es la solución
Resulta paradójico que, en un momento histórico en el que todo el planeta se esfuerza por eliminar los motores de combustión, exista un lugar donde la electrificación está completamente prohibida. No porque no crean en el futuro eléctrico, sino porque en este contexto específico, los coches sin emisiones pueden generar un problema aún mayor.
El motor diésel, que durante años ha sido señalado por sus emisiones de NOx y partículas, se convierte aquí en el único compatible con la ciencia. No es una cuestión de emisiones, sino de frecuencias. Los habitantes de ciudades como Straunton o Harrisonburg viven sin cobertura móvil, con electrodomésticos adaptados y bajo vigilancia de un organismo estatal que patrulla la zona con sensores en busca de fuentes de interferencia.
En esta ocasión, el progreso tecnológico no sigue la lógica del resto del mundo. Y esta vez no es cosa de Trump, pues ni su aliado Elon Musk podrá circular por estas zonas con su Tesla.