Entre las diferentes consultas que recibo de lectores y amigos, están de forma destacada, aquellas que se refieren a las constantes subidas del precio de los combustibles y como prolongación, el recorrido que va a llevar la electrificación del automóvil en los próximos tiempos. Vaya por delante que entiendo y comparto la desorientación general de unos usuarios que están comprometidos tanto con la movilidad actual como con las posibilidades que permite el bolsillo. De ahí que los automovilistas que apuestan por los vehículos de combustión interna (diésel o gasolina), deben saber que, tras el fin de la bonificación de los 20 céntimos gubernamentales, la aplicación de la UE sobre la calidad de los carburantes y la repercusión de la invasión rusa de Ucrania, los precios de los combustibles no solo han subido sino que subirán más. Así, llenar un depósito de 50 litros es ahora, como mínimo, 12 euros más caro que el año pasado. Una diferencia que puede ser menor si el conductor utiliza estaciones de bajo coste o tiene una tarjeta de fidelización de las principales petroleras, que hacen un descuento del entorno de 10 céntimos de euro por litro.
El coche eléctrico continúa a la cola en ventas
Con respecto a la electromovilidad y sin ánimo de influir sobre nadie, el volumen en España sigue estando muy por debajo de otros países. Sirva como ejemplo que el coche eléctrico en 2022 ha tenido una pobre penetración del 33,8 por ciento (30.544 matriculaciones). Del mismo modo que en un mercado total de 813.396 matriculaciones, solo un 5,9 por ciento fueron coches híbridos enchufables. En cambio, ha sido notable el auge de los híbridos ligeros, que con un 29,4 por ciento se han hecho con un tercio del mercado, superando al diésel. Un proceso que es imparable si tenemos en cuenta la entrada en vigor de las Zonas de Bajas Emisiones (ZBE), que trasformarán la movilidad de los municipios españoles de más de 50.000 habitantes. Por otro lado, hay que tener presente que la electrificación tiene barreras, como los precios de adquisición, la escasez de infraestructuras de recarga o la autonomía en algunos casos. Unos hándicaps que tienen como contrapartida un ahorro notable de muchos euros en combustibles, menores costos en mantenimientos ya que tienen siete veces menos componentes que un coche convencional, aparcamientos gratuitos en zonas reguladas y exención de peajes y algunos impuestos y, por último, la satisfacción que supone causar un menor impacto medioambiental. Eso si, sin olvidar que todos los vehículos nuevos, incluidos los de combustión, contaminan infinitamente menos que sus antecesores. En resumen, querido amigo y lector, puestas las cartas encima de la mesa, el resto es cosa suya.