En el mundo del mantenimiento del automóvil, pocos temas generan tanta curiosidad y debate como el uso de aditivos para la gasolina y el diésel. Estos productos, que se añaden directamente al combustible, prometen mejorar el rendimiento del motor, mantener el sistema de inyección limpio, reducir el consumo e incluso alargar la vida útil de ciertos componentes. Sin embargo, no todo es tan sencillo: aunque hay casos en los que realmente pueden ser útiles, en otros pueden ser simplemente innecesarios o incluso contraproducentes. La clave está en saber qué aditivo utilizar, cuándo y por qué.
A lo largo de los últimos años, los fabricantes de estos productos han desarrollado fórmulas más avanzadas, capaces de actuar de manera muy específica en las zonas del motor donde más se acumula suciedad. Pero también han crecido los mitos y la publicidad exagerada. El objetivo de este artículo es analizar de forma clara y directa si realmente merece la pena usar aditivos, en qué situaciones pueden marcar la diferencia y cuáles son sus limitaciones.
1Qué son realmente los aditivos para combustible

Un aditivo para gasolina o diésel es un compuesto químico diseñado para mezclarse con el combustible con el fin de modificar o mejorar alguna de sus propiedades. Dependiendo de su formulación, pueden actuar como limpiadores, lubricantes, mejoradores del índice de cetano o de octano, inhibidores de corrosión o incluso como estabilizadores que evitan que el combustible se degrade con el tiempo.
Estos productos no son algo nuevo. De hecho, las propias petroleras incluyen aditivos básicos en los combustibles que encontramos en las gasolineras. Sin embargo, los aditivos comerciales que se venden al público buscan ofrecer un plus adicional. En muchos casos, están especialmente pensados para coches con alto kilometraje, vehículos que han sufrido un mantenimiento irregular o motores que suelen trabajar en condiciones muy exigentes.