La clasificación ambiental de la DGT nació con un objetivo claro: discriminar positivamente a los vehículos más limpios y ayudar a los ayuntamientos a gestionar las Zonas de Bajas Emisiones (ZBE). Sin embargo, casi una década después de su implantación, el sistema acumula críticas por parte de organizaciones ecologistas, que lo consideran poco riguroso y engañoso para el consumidor.
El problema es que estas etiquetas, que condicionan tanto el acceso a las ciudades como el bolsillo del conductor, han terminado siendo un instrumento favorable a los fabricantes de automóviles. Hoy, muchos modelos de gran tamaño y consumo presumen de distintivo ECO o incluso Cero Emisiones, aunque en la práctica generen una huella de carbono nada despreciable.
4Los fabricantes, cómodos con el modelo actual

El sector de la automoción no oculta su satisfacción con la situación actual. La patronal Anfac considera que el sistema es “sencillo y comprensible” para el consumidor, y que contribuye a agilizar las decisiones de compra. En un momento de recuperación del mercado tras la pandemia, cambiar las reglas del juego no está en sus planes.
La realidad es que los distintivos de la DGT han servido como un catalizador de ventas: los híbridos y eléctricos ya representan más del 40% de las matriculaciones. Sin embargo, buena parte de este auge responde más a ventajas administrativas y fiscales que a un verdadero compromiso con la sostenibilidad. Un híbrido suave que apenas reduce emisiones frente a un gasolina convencional recibe trato preferente en las ciudades.