Seguro que piensas que el mayor peligro para tu coche en verano son las olas de calor que castigan la pintura y convierten el habitáculo en un horno. Y tienes parte de razón, pero hay muchos más peligros cuando el termómetro se dispara, y la mayoría de los conductores no se dan cuenta hasta que es demasiado tarde. Saber proteger tu coche contra el calor extremo puede evitar que una avería inesperada te arruine las vacaciones, y el bolsillo.
El aparcamiento, primera línea de defensa

Puede sonar a consejo de principiante, pero la elección del lugar donde aparcas es la medida más eficaz para proteger tu coche ante las olas de calor. Dejar el vehículo a pleno sol durante horas no solo afecta a la temperatura interior, sino que castiga de forma severa casi todos sus componentes. La pintura pierde brillo y el barniz protector se debilita. Los plásticos del salpicadero y de las molduras se resecan, pierden su color original y, con el tiempo, pueden llegar a agrietarse.
Buscar una sombra es la solución evidente. Un árbol frondoso, la sombra de un edificio o una plaza en un garaje o un aparcamiento subterráneo. Estos últimos son la opción perfecta, ya que no solo protegen del sol, sino también de otros agentes externos como las deposiciones de las aves o la resina de los árboles, elementos que con el calor se adhieren con más fuerza a la carrocería y pueden causar daños permanentes si no se limpian a tiempo.
Si no tienes más remedio que aparcar al sol, existen alternativas como las fundas para exteriores. Estas cubiertas textiles protegen todo el vehículo de la radiación ultravioleta y mantienen una temperatura mucho más contenida tanto por fuera como por dentro. Es una pequeña inversión que alarga la vida de la pintura y los plásticos de tu coche de una forma increíble.
El complemento indispensable para el aparcamiento es el parasol del parabrisas. Este simple panel reflectante es un aliado fundamental para combatir las altas temperaturas dentro del coche. Su función va mucho más allá de evitar que te quemes las manos al tocar el volante. Al reflejar los rayos del sol, impide que el salpicadero absorba una gran cantidad de calor y lo irradie hacia el resto del habitáculo.
Un salpicadero expuesto al sol puede superar los 80 grados, convirtiéndose en una estufa que eleva la temperatura interior a niveles insoportables y peligrosos. Al usar un parasol, la temperatura de esta superficie puede reducirse a más de la mitad. Esto no solo se traduce en un mayor confort al entrar al coche durante una ola de calor, sino que también protege la electrónica que se esconde tras el cuadro de instrumentos y la pantalla multimedia, componentes muy sensibles a las temperaturas extremas. Además, preserva la integridad del volante y del pomo de la palanca de cambios, evitando su desgaste prematuro.
No subestimes la presión de tus neumáticos

Durante las olas de calor, el asfalto puede alcanzar temperaturas de más de 70 grados, y ese calor se transfiere a los neumáticos. Es un factor que muchos conductores ignoran, pero que es crítico para la seguridad.
El aire, como cualquier otro gas, se expande con el calor, por lo que la presión dentro de los neumáticos aumenta de forma natural en los días más calurosos. Si llevas la presión un poco por encima de lo recomendado por el fabricante, este aumento puede llevarla a niveles peligrosos. Una rueda con una presión excesiva tiene menos superficie de contacto con el asfalto. El resultado es menos agarre, una frenada menos eficaz y una mayor probabilidad de sufrir un reventón, sobre todo si circulas a alta velocidad por autopista.
Por eso es fundamental que durante las olas de calor revises la presión de tus neumáticos con más frecuencia de la habitual. La clave es hacerlo siempre con los neumáticos en frío, es decir, antes de iniciar un viaje o habiendo recorrido como mucho un par de kilómetros a baja velocidad. Si mides la presión con el neumático en caliente, la lectura será más alta de la real y podrías caer en el error de quitar aire, lo que sería aún más peligroso. Consulta la pegatina que suele estar en el marco de la puerta del conductor o en la tapa del depósito de combustible y ajústala al valor que indica el fabricante.
La batería, víctima silenciosa del calor extremo

Asociamos los fallos de la batería con el frío del invierno, pero la realidad es que el calor es mucho más perjudicial para ella. Las altas temperaturas aceleran las reacciones químicas que se producen en su interior, lo que provoca una degradación más rápida de sus componentes internos y la evaporación del líquido que contienen. Esto acorta mucho su vida útil. Si tu batería tiene unos cuantos años, el calor del verano puede ser la puntilla que la remate. Si notas que al coche le cuesta arrancar, no esperes a quedarte tirado y llévalo a un taller para que la comprueben.
Un último consejo: Cuando entres en un coche durante las olas de calor, no enciendas el aire acondicionado a máxima potencia de inmediato. El sistema sufrirá inútilmente tratando de enfriar una masa de aire a más de 50 grados. En su lugar, baja las ventanillas y recorre unos metros para que se genere una corriente que expulse ese aire viciado. Verás cómo enfría mucho más rápido y con menos esfuerzo para el compresor.
Cuidar tu coche cuando hay olas de calor es cuestión de prestar atención a los detalles y ser un poco previsor. Estos pequeños gestos no solo te ahorrarán dinero en posibles averías, sino que también mejorarán tu seguridad y confort al volante durante los meses más duros del año.