El mundo del automóvil cambia, evoluciona y se electrifica, pero hay una preocupación que nunca desaparece: las averías del motor. Tanto si hablamos de vehículos híbridos modernos, de eléctricos recién llegados al mercado o de los veteranos diésel y gasolina que siguen dominando las carreteras, todos los conductores comparten el mismo temor: encontrarse con una reparación cara, inesperada y difícil de evitar. Por eso, cuando un estudio serio arroja una luz clara sobre qué tipos de motor sufren más fallos graves, es normal que a los mecánicos les salten todas las alarmas.
Eso es exactamente lo que le ocurrió a Pedro, mecánico con casi cuatro décadas de experiencia en talleres multimarca, al conocer un análisis reciente de Carly, la app especializada en diagnóstico automotriz. “Sabía que algunos motores fallan más que otros, pero no imaginaba que las diferencias fueran tan grandes”, comenta. Y es que el informe, basado en 365.000 vehículos analizados en España, rompe varios mitos y deja al descubierto qué tecnologías están aguantando mejor el paso del tiempo… y cuáles sufren más averías críticas.
1Los motores que más averías críticas sufren
El estudio de Carly analiza vehículos de todo tipo: gasolina, diésel, híbridos, eléctricos y coches a gas (GLP o GNC). Y los resultados son contundentes. Los motores que más probabilidades tienen de sufrir fallos graves no son los que muchos imaginan.
Según el informe, estas son las tasas de averías críticas por tipo de motor:
Vehículos a gas: 49,80%
Diésel: 46,50%
Eléctricos: 30,45%
Híbridos: 16,88%
Para Pedro, la diferencia entre tecnologías es tan significativa que cuesta ignorarla. “Un híbrido, según estos números, tiene casi tres veces menos probabilidades de sufrir una avería grave que un coche a gas o un diésel antiguo. Eso, para un comprador, es información de oro”, explica.
Los motores diésel y gas lideran el ranking de problemas serios por una razón evidente: la antigüedad del parque móvil español, uno de los más envejecidos de Europa. Con una media de 14,5 años, buena parte de los diésel y coches a gas en circulación supera los 200.000 kilómetros. Y eso, mecánicamente, pasa factura.







