Las apariencias pueden ser engañosas, y este Ferrari es el mejor ejemplo. A primera vista, cualquiera podría pensar que se encuentra ante un auténtico 250 Testa Rossa de competición, un clásico incunable de la historia del automovilismo. Sin embargo, se trata de una versión reducida —a escala 75%— del coche que compitió en las 24 Horas de Le Mans de 1958 con el dorsal 22. Su nombre, ‘Lucybelle II’, rinde homenaje al modelo original, y su ejecución es tan meticulosa que logra transmitir la esencia de aquel icono.
Lo extraordinario de este proyecto no es solo su fidelidad estética, sino también el hecho de que está respaldado oficialmente por Ferrari. A diferencia de muchas réplicas que suelen enfrentarse a disputas legales con la marca, esta pieza única cuenta con la bendición de Maranello. De hecho, solo se producirán tres ejemplares, lo que lo convierte en una rareza destinada a coleccionistas apasionados.
Un trabajo artesanal con alma de Le Mans

Hedley Studios, el taller responsable de dar vida al proyecto, ha apostado por un proceso artesanal en el que se han cuidado los más mínimos detalles. El Testa Rossa J ‘Lucybelle II’ cuenta con paneles de aluminio moldeados a mano y un esquema de pintura en blanco y azul que reproduce fielmente el coche de 1958.
Pero el trabajo no se limitó a replicar colores. Tras aplicar la pintura original de Ferrari, los técnicos dedicaron más de 100 horas a desgastar el acabado, creando un efecto de pátina que reproduce las cicatrices de carrera que el coche sufrió en Le Mans. Cada arañazo y cada matiz del desgaste han sido recreados con la intención de devolverle al coche la autenticidad de un guerrero de pista.
Diseño clásico, alma eléctrica
Aunque el exterior rinde tributo al Testa Rossa original, su mecánica revela un salto al futuro. En lugar del emblemático motor V12 atmosférico, esta recreación funciona con un sistema de propulsión totalmente eléctrico. Tres baterías delanteras alimentan un motor eléctrico que ofrece hasta 16 CV de potencia, suficientes para mover con agilidad esta versión reducida del clásico de Ferrari.

El coche incluye cuatro modos de conducción que se adaptan tanto a principiantes como a conductores experimentados. El modo ‘Novice’ limita la potencia y la velocidad a 24 km/h, ideal para quienes se inician. El ‘Comfort’ eleva las prestaciones a 40 km/h, mientras que el modo ‘Sport’ libera hasta 13,4 CV y permite alcanzar los 80 km/h. Para los más atrevidos, el modo ‘Race’ mantiene esa velocidad punta pero con la entrega completa de 16 CV. Según Hedley Studios, la autonomía llega a los 90 kilómetros por carga, una cifra notable para un vehículo de estas características.
Tecnología oculta tras la tradición
Más allá de su propulsión, el Testa Rossa J sorprende por equipamientos dignos de un coche de calle. Amortiguadores Bilstein ajustables, neumáticos Pirelli Cinturato sobre llantas de radios de 12 pulgadas, frenos funcionales y un sistema de iluminación completo con faros delanteros y traseros operativos. Todo pensado para ofrecer una experiencia de conducción real, más cercana a un coche de colección que a un simple objeto decorativo.

Esta combinación de tradición y modernidad convierte al ‘Lucybelle II’ en un homenaje con vida propia. Aunque no está pensado para competir, sí invita a disfrutar de la conducción de una pieza de diseño histórico, adaptada a los tiempos actuales y, sobre todo, accesible sin los riesgos ni las limitaciones legales que acompañan a los modelos clásicos de la marca italiana.
El valor de un mito reinterpretado
El Testa Rossa J no es un juguete, ni tampoco una maqueta (aquí otras réplicas del modelo). Es una declaración de amor a la historia del automovilismo, una obra artesanal que enlaza el espíritu de Le Mans con la innovación tecnológica. Para los coleccionistas, representa la posibilidad de poseer un pedazo de la leyenda Ferrari en una versión singular, exclusiva y plenamente reconocida por la marca.
En un mundo en el que los coches eléctricos se asocian cada vez más con el futuro, este pequeño Ferrari demuestra que también pueden ser una ventana al pasado. Un pasado glorioso, reinterpretado con respeto y precisión, que sigue rodando —aunque ahora en silencio— sobre el asfalto.












