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Piloto por un día en la Shell Eco-Marathon

El día comenzaba como otro cualquiera a la hora de cubrir un evento. Suena el despertador a las 7.30 de la mañana, una ducha rápida y corriendo para la cafetería a desayunar con el resto de la expedición. El plan para esa jornada ya estaba organizado. Pasaríamos al circuito, charlaríamos con Mike Evans, responsable de combustible del equipo Ferrari de F1, y nos juntaríamos con los equipos españoles en la Shell Eco-Marathon 2015 para saber cómo es el día a día en la competición. Lo que no sabía es que la jornada me depararía una sorpresa en forma de competición…

Aproximación a la Shell eco-marathon

Y así fue que llegamos al circuito toda la prensa invitada de la mano de los responsables de Shell. En mi caso gracias a Juan Casero, compañero de fatigas y responsable de comunicación de Shell en España. El tour que nos habían marcado estaba definido por una visita a los boxes de todos los equipos. Después pasaríamos a la zona técnica de verificación de los vehículos para seguidamente ver cómo los estudiantes entraban al circuito para probar sus coches.

La entrada a los boxes estaba flanqueada por un agente de seguridad que comprobaba en todo momento las acreditaciones. Una vez pasado este primer control, el movimiento no paraba en la nave donde se encontraban todos los equipos. Los boxes eran un hervidero de preparaciones donde todos los equipos comprobaban su material y lo ponían a punto antes de salir a pista. Fue aquí donde nos presentaron los dos tipos de vehículos diferentes que podían competir. Una primera que incluye a los prototipos futuristas, cuyo diseño se basa en la reducción de la fricción y la maximización de la eficiencia; la segunda, el concepto urbano, que obliga a los equipos a crear un coche que cumpla con las homologaciones actuales para la circulación, incluyendo desde las luces hasta los limpiaparabrisas.

En la zona de verificación fue el propio Mike Evans el que nos explicó qué tipo de pruebas debían pasar los coches creados por los estudiantes antes de poder entrar al circuito. Y eran de todo tipo. Desde la resistencia de los cinturones de seguridad (de seis punto para todos los equipos, por cierto), capacidad de la frenada del vehículo hasta una evaluación de visibilidad dentro del propio coche. Tantas pruebas se deben a la seguridad de los propios estudiantes ante cualquier infortunio que pueda ocurrir en pista.

Después de esta zona técnica de verificación pasamos a ver los tipos de combustible que utilizaban los equipos. Lo que más me sorprendió en este caso no fueron los depósitos de 100 ml para los equipos con motores gasolina o diésel, sino el equivalente en energía que debían utilizar todos los equipos que utilizasen motor eléctrico para la maratón. Y me sorprendió porque no podían pasar de dos paquetes de pilas doble AA de las que utilizamos en casa. Increíble si nos fijamos en la tabla de kilometros recorridos, 863,1 km en esta última edición, con esas ocho «pilas».

Una vez que nos repusimos de estos datos pudimos ver cómo los equipos sacaban sus coche en dirección al circuito. Todo tiene su aquel y hasta el sitio de espera a la entrada al circuito puede afectar a la medición de los kilómetros estimados después de cada tanda. Aun con ello la cara de los estudiantes rebosaba felicidad y cierto nerviosismo por ver qué pasaría.

Cuando terminamos de ver a los estudiantes, los compañeros de prensa entramos en las instalaciones que nos habían preparado para los medios y nos volcamos en nuestros ordenadores para pasar nuestras notas y tener un primer borrador de lo que estaba siendo la experiencia. La sopresa vino en ese mismo instante, cuando la delegada de Shell que nos acompañaba en Rotterdam nos anunció que todos los medios estabamos invitados a una competición con los propios vehículos que acababamos de ver hacía unos instantes.

Piloto de carreras por un día

La competición iba a consistir en dar una sola vuelta al circuito en uno de los dos coches disponibles y comprobar quién hacía mejores consumos. Mi primera elección fue el concepto urbano. Me gustaba la idea de ir en un «coche» más o menos real con el que ganar la carrera y allí que me fuí. La marca que hice con este primer vehículo fue bastante buena y hasta los propios organizadores se quedaron asombrados. Tanto fue así que me insistieron en probar el segundo de los coches para que comprobase la conducción extrema de ir tumbado en el suelo. Yo ni corto ni perezoso acepté de buen agrado. Tras unos consejos de Santiago Viña, responsable del Instituto de Secundaria Alto Nalón, de Barreros (Asturias) y encargado del mantenimiento de los coches de carreras que usan los medios de comunicación, me dispuse a dar la vuelta. 

Antes de que pudiese dar cualquier vuelta me tuve que meter en el coche. Y aunque de primeras eso pueda sonar fácil no lo es. El habitáculo del artefacto esta basado en una altura máxima de 1,75 con mono, casco y demás parafernalia para tu propia seguridad. Mi altura sin extras era de 1,78 así que estuvo un poco complicado, pero despues de cambiarme las zapatillas y encogerme todo lo que pude, ya estaba preparado para salir.

Esta segunda vuelta fue aún mejor que la primera. El coche respondía con mucha fuerza a la hora de acelerar y las inercias a la hora de apagar el motor eran mejor que en el primer coche. Mi sorpresa fue mayúscula cuando al llegar al box apenas había consumido nada de la gasolina que me habían puesto. Desde el principio me auguraron que había ganado la competición, pero yo no me quise hacer muchas ilusiones. Los ganadores de la competición no se sabrían hasta el domingo, así que sólo nos quedaba esperar. Lo que sí me dieron fue el gasto que hice, 0,74 l/ 100 km una marca que, según los entendidos, era bastante buena.

La tarde pasó entre prototipos, estudiantes y familias que correteaban y señalaban todo lo que se encontraban a su paso. Antes de regresar al hotel, por última vez en el viaje, estuvimos en el laboratorio de Shell. Una especie de museo de las ciencias parecido al que Valencia tiene en su Ciudad de las Artes y las Ciencas donde las familias aprenden divirtiéndose. Bolas magnéticas, realidad virtual aumentada, principios de la física aplicados a objetos… todo esto y más era lo que se podia encontrar en este divertido laboratorio. Lo mejor de todo es que era totalmente gratis.

Ya de regreso en España la sorpresa vino tras recibir una notificación en el móvil. Había ganado la competición en la categoría de prototipos, y además por una abultada diferencia. Este hecho para un periodista de manos expertas lo mismo no significa nada. Una más de las miles de competiciones que al año se realizan entre compañeros de profesión. Pero para mí, alguien que acaba de llegar al periodismo del motor, hambriento de experiencias, significa el primer paso de un largo camino que recorrer. Esperemos que todos sean igual de buenos.