Es verlo aparecer y sabes que se trata de un coche 'cañero', sobre todo si, como en nuestra unidad, la carrocería es de color Orange Tonic y equipa las llantas negras opcionales de 19 pulgadas. Y no es sólo cuestión de detalles -pinzas Brembo, ópticas triples R.S. Vision en el paragolpes, branquias laterales, escape centrado en el difusor trasero…-, sino que los cambios son profundos, pues el ensanchamiento de vías repercute en las aletas, y el Mégane R.S. es 60 milímetros más ancho delante y 45 detrás. Y el interior también se personaliza, destacando los asientos -por 2.300 euros nos ponen unos Recaro-, el volante de cuero perforado -o el opcional, de piel Alcantara- o los pedales metálicos, con buen apoyo para el pie izquierdo.
Pero es el terreno técnico donde más hay que contar, pues el 2.0 Turbo del anterior se sustituye por un 1.8 TCe de la Alianza Renault Nissan que va aplicándose poco a poco a modelos del rombo. Lo usan el Espace, con 225 CV, y el Alpine A110, con 252 CV; pero en el Mégane más brutal del momento -pronto llegará la versión Trophy de 300 CV- rinde 280 CV gracias a los retoques de Renault Sport, como turbo de doble entrada, colectores de admisión rediseñados, menor fricción en los cilindros… Y el par máximo, de 39,8 mkg entre 2.400 y 4.800 vueltas, es superior al del dos litros anterior; de manera que se evita la sensación de 'menos motor'. Especialmente en la versión probada, con la caja automática EDC de doble embrague y seis marchas, que para la ocasión luce enormes levas junto al volante. Por suerte son grandes, pues no están en el emplazamiento más lógico para alejarse un poco de las tres palancas -audio, intermitentes y limpiapabrisas- que 'acosan' desde abajo. De hecho, a ritmo animado el satélite de la radio se ha llevado más de un tirón al tratar de subir marcha; pues en modo manual, la transmisión no sube automáticamente a la siguiente relación -eso nos gusta- si llegamos al corte de inyección.
Vayamos por partes
Al arrancar, el Mégane R.S. lo hace en el programa normal Neutral, y si había otro activado al apagar el motor la última vez, su sistema Multi-Sense nos lo advierte y pregunta qué hacer. Buen detalle. Circulando en Neutral, el coche es dócil y suave; impresión que se acrecienta si optamos por el modo Comfort, que relaja casi en exceso a nuestro protagonista, al que convierte en 'oveja con piel de lobo', pues incluso le priva del cuentavueltas en su instrumentación configurable -en el resto de modos sí aparece ese reloj-. Quizás por eso nuestros primeros minutos al volante estuvieron marcados por una cierta decepción: ¿qué había sido del dinamismo del anterior Mégane R.S.? Pero accionamos el botón R.S.Drive para buscar el programa Sport; y ahí las cosas se encauzan: instrumentación más completa, acelerador más sensible, dirección algo más firme, ESC con ajuste deportivo, escape con cierto petardeo al reducir… Sobra, sin duda, el sonido artificial del motor emitido por los altavoces, digno de un juguete, y no de una máquina tan seria como esta. Y afea también con su 'melodía' en el modo Race, que convierte al Mégane R.S. en el deportivo que esperábamos, pues elimina el ESC y da protagonismo al cuentavueltas -pasa a ser grande y lineal-, y las marchas entran más deprisa y sin suavidad ninguna: clac, clac… Pura caña. Sólo desentona el 'sonidito' citado; pero hasta eso tiene solución, pues el programa Perso permite configurar el coche a nuestro gusto, con nada menos que nueve variables, y entre dos y cuatro opciones en cada caso: Dynamic Driving System, ESC, motor, acelerador, sonido de escape, confort térmico, pantalla, iluminación ambiental… y ¡diseño del sonido del motor! Lo ponemos en Comfort o Neutral, y sanseacabó. Porque las posibilidades de ajuste del Multi-Sense son enormes; aunque a veces debemos dedicar mucha atención a funciones que en otros coches son sencillas, como el reglaje del Head-up Display.
En marcha, ya sea en Sport, Race o un Perso configurado para el 'rock&roll', el Mégane R.S. cumple las expectativas, ayudado por un chasis 4Control que apareja dirección en ambos ejes: a baja velocidad las ruedas giran en sentido contrario a las delanteras, y a más velocidad, en el mismo; produciéndose el cambio de uno a otro a 60 km/h, y a 100 si vamos en Race. Eso hace que la dirección sea muy viva, y que el coche gire mucho. Y como sólo hay 2,25 vueltas de volante, al principio veremos que nos vamos más al interior de la curva -nos referimos a ritmos 'diabólicos'- de lo esperado, lo que requiere aclimatación. Tras eso, a disfrutar: estabilidad de primera, tracción, frenada resistente… Sólo pediríamos deceleraciones más enérgicas -55,8 metros para detenernos desde 120 km/h es demasiado- o un gasto menor a ritmo deportivo, pues el depósito 'vuela'. Y aunque no ha alcanzado las prestaciones anunciadas, sobre todo al acelerar desde parado, lo que anda ya impresiona, como esos 3,9 segundos para recuperar de 80 a 120 km/h.
La clave
Por algún motivo, quizás relacionado con las sensaciones, este Mégane R.S. me ha fascinado menos que su antecesor, de motor dos litros. Pero el nuevo es superior en varios puntos, y entre ellos su facilidad para transformarse en diversos tipos de coche. De hecho, en modo Race se convierte en el bestial 'GTI' que esperaba.