La Navidad es sinónimo de luces, villancicos y reencuentros familiares, pero también de maletas apretadas en el maletero, kilómetros de carretera y, para muchos, interminables atascos. A medida que se acercan las fechas festivas, las principales arterias del país se convierten en ríos de vehículos que fluyen lentamente hacia pueblos y ciudades. En medio de este caos, un fenómeno silencioso se apodera de los conductores: la ansiedad. Según un estudio neurocientífico desarrollado por la compañía de suscripción de vehículos Bipi y la Universidad Complutense de Madrid, casi el 60% de los conductores sufre esta emoción durante los atascos.
Y no es para menos. Atrapados en una retención, los minutos se convierten en horas, los villancicos pierden su encanto y la paciencia comienza a agotarse. En adultos mayores de 30 años, esta sensación de angustia se intensifica, afectando al 77% de ellos. Por su parte, los conductores más jóvenes tienden a canalizar su frustración en forma de enfado, alcanzando un 38% según el informe. Pero, ¿por qué nos afecta tanto esta experiencia tan común?
1Cuando el coche se convierte en una trampa emocional
El estrés al volante no se limita a los atascos. Las carreteras invernales, con su combinación de tráfico denso, condiciones meteorológicas adversas y una mayor posibilidad de averías, son el caldo de cultivo perfecto para emociones negativas. Según el estudio, situaciones como los avances temerarios por la derecha disparan el enfado en el 57% de los hombres, mientras que un 33% de las mujeres reconoce sentir ansiedad en estos casos. A esto se suma la irritante experiencia de que otro vehículo se pegue demasiado al nuestro, una conducta que provoca miedo en el 50% de las mujeres menores de 30 años.
Pero, de todos los fantasmas que acechan a los conductores, pocos son tan persistentes como el miedo a las averías. Ver encendido el piloto de advertencia en el cuadro de mandos puede transformar un viaje navideño lleno de expectativas en una fuente de preocupación inmediata. Más de la mitad de los adultos mayores de 30 años permiten sentir ansiedad ante esta situación, mientras que el enfado se instala entre los más jóvenes.