A todos nos duele el bolsillo al pasar por la gasolinera, y buscamos mil maneras de estirar cada gota de combustible. Pero muchas de esas prácticas, heredadas de padres y abuelos o leídas en algún foro de internet, son inútiles. Y no solo eso, sino que algunas pueden llegar a dañar la mecánica incluso poner en riesgo la seguridad.
Vamos a desmontar algunos de los mitos más habituales sobre el ahorro de combustible. Puede que te lleves una sorpresa, sobre todo porque igual estás usando alguno de ellos.
El mito de que se ahorra combustible bajando en punto muerto

Uno de los clásicos, que ha pasado de generación en generación. Poner el punto muerto al bajar una pendiente para que el coche avance por su propia inercia y el motor no gaste combustible. Suena lógico, ¿verdad? Si el motor no está conectado a las ruedas, no tiene que hacer fuerza y, por tanto, no consume.
Cuando circulas con una marcha engranada y levantas el pie del acelerador para que el coche se desplace por la inercia, se produce lo que se conoce como freno motor. En ese momento, la centralita del motor detecta que no necesitas potencia y corta la inyección de combustible. El consumo es, literalmente, cero. En cambio, si pones el punto muerto, el motor se desconecta de la transmisión y, para no calarse, necesita inyectar una pequeña cantidad de combustible para mantenerse al ralentí. En resumen: con una marcha metida y sin acelerar, tu coche gasta 0,0 l/100 km; en punto muerto, gasta entre 0,5 y 1 litro por hora.
Pero el aspecto económico no es el más importante. Circular en punto muerto es muy peligroso. Pierdes el control que te proporciona el freno motor, lo que te obliga a abusar de los frenos de servicio, aumentando su desgaste y el riesgo de sobrecalentamiento en pendientes largas. Además, tu capacidad de reacción ante un imprevisto se reduce, ya que no puedes acelerar para esquivar un obstáculo.
Hinchar los neumáticos por encima de lo recomendado

Este es otro mito con una base lógica, pero con consecuencias negativas. La idea es que, si aumentas la presión de los neumáticos por encima de la recomendada por el fabricante, reduces la superficie de contacto con el asfalto. Esto, a su vez, disminuye la resistencia a la rodadura y, en teoría, el motor necesita hacer menos esfuerzo para mover el coche, lo que se traduce en un menor consumo.
Es verdad que la resistencia a la rodadura disminuye. El problema es que ese efecto viene acompañado de una serie de peligros. Un neumático con una presión excesiva no apoya de forma correcta sobre el asfalto. La banda de rodadura se abomba, y solo la parte central hace contacto con la carretera. Esto provoca un desgaste irregular y prematuro del neumático, que se gastará mucho más por el centro. Tendrás que cambiar las ruedas antes de tiempo, gastando mucho más de lo que te has ahorrado en combustible.
Pero lo más grave es la pérdida de seguridad. Al reducir la superficie de contacto, disminuye el agarre del coche, tanto en seco como en mojado. La distancia de frenado aumenta y la estabilidad en las curvas se ve comprometida. Tu coche se vuelve más inseguro, y la suspensión sufre más al no poder absorber las irregularidades del terreno con la misma eficacia. La única presión correcta es la que indica el fabricante.
Aire acondicionado contra ventanillas bajadas

¿Qué gasta más? ¿Poner el aire acondicionado o bajar las ventanillas? La respuesta correcta es que depende de la velocidad a la que circules.
El compresor del aire acondicionado se acopla al motor a través de una correa, por lo que, cuando lo enciendes, estás añadiendo una carga extra de trabajo que provoca un aumento del consumo. Por otro lado, llevar las ventanillas bajadas rompe la aerodinámica del vehículo. El aire entra en el habitáculo y actúa como un paracaídas, creando una resistencia que el motor tiene que vencer para mantener la velocidad, lo que también aumenta el consumo.
Entonces, ¿cuál es la mejor opción? La regla general es bastante sencilla. A baja velocidad, por debajo de 80-90 km/h, el impacto del aire acondicionado en el motor es mayor que el de la resistencia aerodinámica. En este escenario, es más eficiente bajar las ventanillas.
Sin embargo, a velocidades de autopista o autovía, por encima de 90 km/h, la resistencia aerodinámica que generan las ventanillas abiertas se dispara de forma exponencial. El «efecto paracaídas» se vuelve tan grande que obliga al motor a trabajar mucho más duro de lo que lo haría con el compresor del aire acondicionado encendido. En estas circunstancias, es más económico y eficiente cerrar las ventanillas y usar el climatizador.
La búsqueda del ahorro no puede convertirse en una excusa para desafiar las leyes de la física o ignorar las recomendaciones de quienes diseñaron nuestro vehículo. La verdadera economía al volante no reside en atajos de dudosa eficacia, sino en una conducción inteligente, un mantenimiento adecuado y, sobre todo, en la prudencia de saber que la seguridad y la integridad de la mecánica siempre valdrán mucho más que unas pocas gotas de combustible.