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jueves, 18 septiembre 2025

Laurin & Klement y Škoda: un siglo de herencia, innovación y exclusividad

El 12 de septiembre de 1925 marcó un punto de inflexión con la fusión entre Laurin & Klement y el grupo industrial Škoda, dando origen a una etapa de crecimiento, innovación y proyección internacional que aún hoy define a la marca checa.

La historia de Škoda Auto no puede entenderse sin el legado de Laurin & Klement (L&K), la empresa fundada por Václav Laurin y Václav Klement en 1895. En apenas tres décadas, L&K había pasado de ser un pequeño taller de bicicletas a un fabricante consolidado de automóviles, con 20 años de experiencia en la producción de coches.

Sin embargo, la coyuntura de los años veinte del siglo pasado amenazaba su supervivencia. La devastación de la Primera Guerra Mundial, el colapso de mercados tradicionales y un incendio que en 1924 arrasó su fábrica en Mladá Boleslav obligaron a los fundadores a buscar un socio estratégico capaz de garantizar el futuro de la compañía.

Bajo el paraguas de Škoda

Ese aliado fue Škoda, un gigante industrial con sede en Pilsen cuya historia se remontaba a 1859 y que, bajo el liderazgo del ingeniero Emil Škoda, se había convertido en la mayor empresa del Imperio austrohúngaro. Con más de 30.000 empleados, el grupo disponía de músculo financiero y tecnológico, aunque su experiencia automovilística era limitada, centrada en la producción bajo licencia de camiones a vapor y modelos de lujo de Hispano-Suiza.

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Foto: Škoda.

La unión fue aprobada en julio de 1925, con un intercambio de acciones en proporción 2:1 a favor de Škoda, y ratificada oficialmente el 12 de septiembre de ese mismo año por el Ministerio del Interior checoslovaco. Laurin & Klement desapareció formalmente del Registro Mercantil a finales de diciembre, pero su nombre y su emblemático logotipo modernista siguieron apareciendo en los modelos de transición durante algunos meses. Más allá de los papeles, lo esencial se mantenía: la continuidad de la producción y el desarrollo independiente de automóviles en Mladá Boleslav, ahora respaldados por la solidez de un socio industrial de primer orden.

Škoda y su profundo espíritu de innovación

La nueva etapa trajo consigo inversiones masivas y avances que situaron a la marca en un camino de modernización. Se implantó la producción en cadena, se introdujeron tecnologías de vanguardia y se lanzó una nueva generación de modelos que consolidaron la presencia de Škoda tanto en el mercado nacional como en el internacional. El espíritu de innovación, precisión y pasión por la movilidad de Laurin & Klement se integró en el ADN de la nueva Škoda, configurando una identidad que ha resistido crisis económicas, guerras y transformaciones políticas.

Tras la nacionalización de 1945, la conexión con la sede de Pilsen se cortó, pero el nombre de Laurin & Klement nunca desapareció del todo. En 1995, Škoda recuperó esta denominación histórica para designar los acabados más lujosos de su gama, inaugurando la tradición con el Felicia Laurin & Klement. Desde entonces, la sigla L&K ha sido sinónimo de exclusividad, con detalles como tapicerías de cuero, pinturas especiales o equipamientos tecnológicos de primera línea. Hoy, los clientes más exigentes encuentran en estas versiones la máxima expresión de diseño y confort de la marca.

Integración en el Grupo Volkswagen

La integración de Škoda en el Grupo Volkswagen en 1991 dio un nuevo impulso a esta herencia, permitiendo a la compañía modernizar sus procesos, ampliar su presencia internacional y reforzar su capacidad innovadora. El contraste entre cifras ilustra la magnitud de la transformación: en 1925, con 1.800 empleados, se producían 833 automóviles al año. En 1991, la plantilla ascendía a casi 17.000 trabajadores que fabricaban 172.000 vehículos. En la actualidad, con cerca de 40.000 empleados en todo el mundo, Škoda entrega más de 900.000 coches cada año, muchos de ellos con el sello L&K, incluso en modelos eléctricos como el Enyaq (más información).

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Foto: Škoda.

Más allá de los números, el legado de Laurin & Klement se refleja en la cultura de la empresa. Sus modelos históricos siguen inspirando a los diseñadores de Škoda, mientras que el éxito deportivo de la marca en competición tiene sus raíces en las primeras victorias conseguidas por L&K desde 1901. Incluso el moderno complejo de oficinas de la compañía lleva el nombre de Laurin & Klement Kampus, como recordatorio de la visión de aquellos pioneros que creyeron en la movilidad como motor de progreso.

Hoy, a cien años de aquella fusión decisiva, la marca checa celebra no solo su presente como actor global de la industria automovilística, sino también el espíritu innovador y resiliente que heredó de Laurin y Klement. Un legado que sigue vivo en cada vehículo que lleva su nombre y que demuestra que las grandes marcas no se construyen solo con máquinas, sino con visión, pasión y capacidad de reinventarse frente a la adversidad.

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