A lo largo de la historia del automóvil, algunos vehículos han trascendido su función original para convertirse en verdaderas obras de arte. En 1970, un Cadillac se convirtió en protagonista de una historia insólita y creativa: fue transformado en una escultura móvil al ser completamente recubierto con un material inesperado y cotidiano: cemento que habitualmente cubre los suelos de nuestros hogares.
Este proyecto no solo llamó la atención por su excentricidad estética, sino por el debate que generó entre los límites del arte, la cultura automovilística y la función práctica de un coche. A día de hoy, sigue siendo un símbolo de cómo el arte puede surgir de los lugares más inesperados, fusionando lo doméstico con lo industrial de manera radical.
1El nacimiento de una idea revolucionaria

A finales de los años 60 y principios de los 70, el arte contemporáneo experimentaba una fuerte transformación. La experimentación y el deseo de romper con lo establecido llevaban a muchos artistas a buscar nuevas formas de expresión fuera de los lienzos y esculturas tradicionales. En ese contexto, los automóviles comenzaron a utilizarse como soportes creativos.
Fue en este clima de innovación donde un artista visionario decidió tomar un Cadillac, emblema de lujo estadounidense, y transformarlo por completo recubriéndolo con cemento. Esta acción suponía un choque directo con la concepción clásica del coche como símbolo de poder y velocidad, dándole una apariencia cálida, doméstica y absolutamente desconcertante.