Cada vez es más habitual cruzarse con coches eléctricos e híbridos enchufables por nuestras carreteras, pero con su aumento también algunas malas prácticas. Una de ellas está en el punto de mira de la DGT, una moda importada de Estados Unidos que, tras popularizarse el año pasado, ha cruzado el charco y se extiende por España.
Esta práctica se conoce como “icing” y es mucho más que un simple acto de mala educación. Es una acción que perjudica a los conductores de vehículos eléctricos e híbridos. Para algunos es solo un gesto de rebeldía, pero para el conductor que necesita cargar su coche es un problema muy grave, y para el infractor, una acción que le puede costar muy cara.
1¿Qué es el «icing» y por qué lo vigila la DGT?

El término “icing” procede del inglés y es un juego de palabras con el acrónimo «ICE», que significa Internal Combustion Engine (Motor de Combustión Interna). Por tanto, hacer «icing» es, literalmente, la acción de que un coche de combustión ocupe y bloquee de forma deliberada una plaza de aparcamiento reservada para la recarga de vehículos eléctricos.
Se puede pensar que es un simple despiste o una falta de aparcamiento general, pero en muchos casos es un acto intencionado. Es una forma de protesta por parte de algunos conductores de vehículos tradicionales debido a la creciente presencia de los coches eléctricos en nuestras carreteras y ciudades. Sin embargo, esta acción supone un grave problema para quien necesita esa infraestructura para seguir circulando.
Bloquear una plaza de recarga no es como ocupar una plaza de aparcamiento normal. Para un conductor de un coche eléctrico, ese enchufe es una necesidad vital. Es el equivalente a que alguien aparque su coche bloqueando el surtidor de una gasolinera. Impide que otros puedan repostar, en este caso, energía eléctrica. Dejar a un coche eléctrico sin poder cargar puede suponer que su conductor se quede tirado, incapaz de volver a casa, de ir a buscar a sus hijos al colegio o de acudir a una emergencia. Por eso, la DGT y las autoridades locales han puesto el foco sobre esta práctica incívica.
Para entender por qué se está extendiendo el “icing”, hay que mirar más allá de un simple aparcamiento. Estamos asistiendo a un gran cambio en materia de movilidad, y como suele ocurrir con estas cosas, genera fricciones. Algunos conductores sienten que la llegada del vehículo eléctrico les está desplazando. Ven cómo se instalan puntos de recarga en plazas que antes eran para todos y pueden interpretarlo como una pérdida de espacio.
Esta percepción, sumada a una falta de empatía o de conocimiento sobre las necesidades reales de un conductor de coche eléctrico, crea el caldo de cultivo perfecto para el «icing». A veces es un acto de rebeldía; otras es simple dejadez o la creencia de que por dejarlo en esa plaza unos minutos no pasa nada. Sin embargo, esos cinco minutos pueden ser la diferencia entre que un conductor pueda seguir su viaje o se vea en un aprieto.
Lo cierto es que una plaza con cargador para vehículos eléctricos no es un privilegio, sino una infraestructura necesaria para un tipo específico de vehículo. Igual que respetamos una plaza para personas con movilidad reducida, una zona de carga y descarga o una parada de autobús, se deben respetar los espacios destinados a la recarga. Sin estas plazas, la transición hacia una movilidad más sostenible es imposible.