El precio del combustible en España ha sido, es y seguirá siendo un buen termómetro económico. Al pasar por la gasolinera, además de llenar el depósito, también sufrimos las consecuencias de la inflación, la dependencia energética, las decisiones políticas o los conflictos que suceden en la otra parte del mundo.
Ahora bien, ¿qué combustible va a ser más barato en 2026 y en los años siguientes? La respuesta es bastante compleja, porque ya hemos visto cómo hay acontecimientos que pueden romper con cualquier previsión. La clave está en las previsiones fiscales, la evolución del precio del petróleo y el empuje de las alternativas energéticas. Pero lo que sí podemos intuir es que la transición energética está mucho más presente si cabe y que el diésel perderá gran parte del terreno que ha conquistado en las últimas décadas.
¿Qué combustible será más barato? Esto es lo que dice Bruselas

La novedad va a llegar con la ampliación del sistema europeo de comercio de emisiones (ETS) al transporte por carretera, prevista para el año 2026. Dicho de otra manera: los combustibles tradicionales están sujetos a pagar por el CO₂ que generan, y esa factura se trasladará directamente al consumidor.
El diésel va a ser el más castigado. Bruselas quiere corregir una anomalía histórica, porque durante años ha estado menos gravado que la gasolina, pese a ser más contaminante en partículas y NOx. Los cálculos de la Comisión Europea apuntan a que, en la próxima década, el diésel podría encarecerse hasta un 70%.
De momento, y mirando solo a 2026, va a haber un aumento de precios que harán menos atractivo su uso incluso para transportistas o conductores que hacen muchos kilómetros.
La gasolina, en cambio, va a sufrir una presión fiscal más moderada. Aunque este combustible también va a tener que pagar derechos de emisión, la subida va a ser más baja (alrededor de un 20% en la próxima década). Por tanto, a corto plazo, va a seguir siendo más competitiva que el diésel. Y todo apunta a que llenar un depósito de gasolina va a ser más barato que uno de diésel, cuando siempre ha sido al revés en el mercado español.
Otras alternativas al alza

La política europea, además de encarecer los combustibles fósiles, también impulsa otras alternativas. Por ejemplo, el biometano es una de las energías llamadas a ser protagonistas en el futuro. Es un gas renovable, así que prácticamente no va a sufrir cambios en la fiscalidad y eso lo convertirá en una opción interesante para flotas urbanas y transporte ligero. Además, España tiene mucho potencial de producción gracias al sector agroganadero y a la gestión de residuos.
El hidrógeno verde también va a salir beneficiado, porque su gravamen sigue siendo cero, así que es positivo para el transporte pesado. En 2026 todavía va a ser una tecnología incipiente y con un coste elevado, pero los beneficios fiscales preparan el terreno para una adopción progresiva en los próximos años.
Mientras tanto, el petróleo seguirá marcando la pauta en todo el mundo. Los analistas de la Agencia Internacional de la Energía prevén que en 2026 podría haber un exceso de oferta, lo que abarataría el barril temporalmente. Sin embargo, ese alivio en los precios internacionales no va a compensar las nuevas cargas fiscales que pesan sobre combustibles como la gasolina y el diésel.
Y en todo esto, ¿qué va a pasar con la electricidad? En 2026 va a seguir siendo la energía con más incentivos en términos de regulación, aunque su precio va a depender de la generación renovable, las tarifas reguladas y la demanda. La inversión en un coche eléctrico es más costosa, pero está más protegida frente a las subidas impositivas que van a castigar a los carburantes fósiles.