Durante años, el gas natural comprimido (GNC) se presentó como una gran alternativa a los carburantes tradicionales. Más barato que la gasolina y el diésel, con menores emisiones contaminantes y con una tecnología suficientemente madura, parecía tener todos los ingredientes para triunfar. Pero la realidad, una vez más, ha demostrado ser muy distinta.
Hoy, el GNC vive sus horas más bajas en Europa. El cierre de estaciones de repostaje es una constante y todo apunta a que este carburante, en su día, el puente hacia la movilidad limpia, está a punto de desaparecer de las gasolineras. Ni su bajo precio, ni su eficiencia, ni sus argumentos ecológicos han logrado evitar una caída libre que ya parece irreversible.
1El gas se queda sin fuerza

Hace una década era un carburante en expansión; hoy es un negocio en retirada. La energética austríaca OMV, una de las grandes del sector en Europa Central, cerrará 18 estaciones de gas natural comprimido en Austria antes de junio de 2025. La razón no tiene vuelta de hoja: falta de rentabilidad. De las 28 estaciones de GNC que gestionaba, solo sobrevivirán 10.
El anuncio se suma al cierre reciente de sus cinco estaciones de hidrógeno, también en Austria. Y por la misma causa: la escasa demanda. En el país, solo circulan a gas unos 4.350 vehículos, de un parque automovilístico de más de 7 millones de coches. Y si hablamos de hidrógeno, la cifra se reduce a apenas 59 unidades. Con esos números, mantener una red de repostaje específica y costosa es, simplemente, insostenible.