Ante tus ojos tienes dos emblemáticos superdeportivos con el sello ‘Made in USA’. Dos criaturas que causaron furor en medio mundo en la década de los años ‘90 y que no pueden faltar en el sensacional Museo Petersen. Sin embargo, ahora estos maravillosos Dodge Viper RT/10 y Vector W8 han salido de sus cuatro paredes para enfrentarse en una carrera de aceleración, mostrando así las manos que su conductor debía tener para llevarlos al límite.
Curiosamente el Dodge Viper RT/10 que posee el Museo Petersen es un modelo de preproducción, el cual esconde el número de chasis #00005 y que fue ensamblado allá por el año 1991. Semejante criatura esconde su todopoderoso motor 8.0 V10, un bloque capaz de proporcionar 405 CV de potencia y 630 Nm de par motor para mover sus ruedas traseras por medio de un cambio manual con 6 velocidades.
En Los Ángeles se encuentra ubicado el Museo Petersen
Puro músculo americano que contrasta con la tecnología de la que hace gala su adversario. Porque el Vector W8 se animaba gracias a un extraordinario motor 6.0 V8 Biturbo que proporcionaba nada menos que 625 CV de potencia y 880 Nm de par motor, cifras que son enviadas también a sus dos ruedas traseras, pero en este caso por medio de un cambio automático con tres velocidades. Su avanzada tecnología, así como su limitada producción, hace que el Vector W8 juegue en una galaxia diferente a la del Dodge Viper RT/10 en cuanto a sus actuales precios. Tanto es así que los chicos de este sensacional museo que todo apasionado de los coches debe visitar una vez en la vida, hablan de que actualmente te puedes hacer con un Dodge Viper RT/10 por alrededor de 50.000 dólares, mientras que los Vector W8 cambian de manos por más de un millón de dólares.
A pesar de esas diferencias en materia mecánica y económica, los resultados en cuanto a las prestaciones en esta carrera de aceleración no están ni cerca. Tanto es así que el sensacional Dodge Viper RT/10 es capaz de batir a su adversario con una gran facilidad. Aunque lo más significativo de estas dos maravillas que residen en el Museo Petersen es ver cómo ponen en apuros a sus afortunados conductores, pues las ayudas electrónicas brillan por su ausencia en ambos.