En la carrera por reducir las emisiones contaminantes y hacer del automóvil un aliado más limpio para el planeta, la atención suele centrarse en los grandes protagonistas: los motores eléctricos, los biocombustibles, las baterías o los filtros de partículas. Sin embargo, hay un elemento mecánico que rara vez recibe el reconocimiento que merece, aunque su papel sea decisivo: el tubo de escape.
Para muchos conductores, el escape es solo ese conducto metálico que sobresale discretamente por la parte trasera del coche. Pero detrás de su aparente simplicidad se esconde un sistema complejo y vital para el funcionamiento del motor, la reducción del ruido y, sobre todo, la disminución de las emisiones. Cuando se deteriora o se descuida, no solo afecta al rendimiento del vehículo, sino que puede multiplicar la contaminación y suponer un riesgo para la salud.
4Cómo mantener el sistema de escape en perfecto estado
El mantenimiento del escape es más sencillo de lo que parece, pero exige constancia. Los expertos recomiendan realizar una inspección visual al menos una vez al año, prestando atención a signos como óxido, grietas o manchas negras (indicativas de fugas). También conviene escuchar el sonido del coche: si notas cambios, zumbidos o vibraciones nuevas, algo puede estar fallando.
Las fugas pequeñas suelen comenzar en las uniones o abrazaderas. Si no se reparan a tiempo, el problema se agrava y puede afectar al catalizador o al filtro de partículas, lo que encarece la reparación. Por eso, detectarlo a tiempo ahorra dinero y evita averías mayores.








