En la carrera por reducir las emisiones contaminantes y hacer del automóvil un aliado más limpio para el planeta, la atención suele centrarse en los grandes protagonistas: los motores eléctricos, los biocombustibles, las baterías o los filtros de partículas. Sin embargo, hay un elemento mecánico que rara vez recibe el reconocimiento que merece, aunque su papel sea decisivo: el tubo de escape.
Para muchos conductores, el escape es solo ese conducto metálico que sobresale discretamente por la parte trasera del coche. Pero detrás de su aparente simplicidad se esconde un sistema complejo y vital para el funcionamiento del motor, la reducción del ruido y, sobre todo, la disminución de las emisiones. Cuando se deteriora o se descuida, no solo afecta al rendimiento del vehículo, sino que puede multiplicar la contaminación y suponer un riesgo para la salud.
2Los problemas que genera un escape en mal estado
Pocos conductores saben que una avería o un deterioro en el tubo de escape puede causar efectos en cadena. El más evidente es el aumento de ruido. Si notas que tu coche suena más fuerte, ronco o metálico, es muy probable que haya una fuga o rotura en alguna parte del sistema. Pero ese ruido no es solo una molestia: puede indicar que los gases no se están filtrando correctamente.
El siguiente síntoma es el aumento de consumo. Una fuga o una obstrucción en el escape altera la presión del sistema, lo que obliga al motor a compensar inyectando más combustible. Esto no solo incrementa el gasto, sino también las emisiones de CO₂.
Y no hay que olvidar los riesgos para la salud. Un tubo de escape con fisuras puede liberar monóxido de carbono, un gas incoloro e inodoro que puede colarse en el habitáculo y provocar mareos, somnolencia e incluso intoxicaciones graves. Por eso, aunque parezca una avería menor, un escape en mal estado es un riesgo real tanto para el medio ambiente como para las personas.








