Con la llegada del frío, las lluvias intensas y las primeras heladas, conducir se convierte en un auténtico reto. Las carreteras cambian su comportamiento, el agarre se reduce y los imprevistos aumentan. Por eso, los neumáticos —ese elemento muchas veces olvidado— pasan a tener un papel protagonista. Montar los neumáticos adecuados no solo mejora el rendimiento del coche, sino que también puede marcar la diferencia entre evitar o sufrir un accidente.
En España, aunque todavía no son obligatorios en todo el territorio, los neumáticos de invierno son cada vez más recomendados, sobre todo en las zonas del norte, centro y de montaña. Saber cuándo ponerlos, cómo funcionan y qué ventajas ofrecen frente a los convencionales es esencial para circular con seguridad durante los meses fríos.
2La diferencia en frenada y tracción es abismal
Los datos son claros: a 80 km/h y con una temperatura de 5 °C, un coche con neumáticos de invierno puede detenerse hasta 8 metros antes que uno con neumáticos convencionales. En situaciones de emergencia, esa distancia equivale a más de dos coches de diferencia, suficiente para evitar un impacto.
Además, la tracción también mejora de forma notable. En rampas o carreteras nevadas, un vehículo con neumáticos de verano tiende a patinar y perder el control, mientras que los de invierno mantienen una adherencia mucho más estable. Esto se traduce en una conducción más segura, pero también más cómoda y con menos estrés para el conductor.
Incluso en superficies mojadas sin nieve, su comportamiento es superior. Las laminillas y surcos de drenaje eliminan el agua con más rapidez, reduciendo el riesgo de pérdida de control. Por eso, su uso no se limita solo a zonas de montaña: cualquier conductor que circule habitualmente en temperaturas frías se beneficiará de su rendimiento.








