Hoy en día, millones de conductores confían ciegamente en las aplicaciones de navegación para llegar a su destino. Google Maps y Waze se han convertido en copilotos virtuales indispensables: marcan la ruta más rápida, avisan de atascos, accidentes y hasta radares. Tal es su popularidad, que muchos usuarios se limitan a seguir sus indicaciones sin cuestionarlas… aun a riesgo de multas.
Porque sí, la dependencia tecnológica puede tener un coste inesperado. Y no hablamos solo de perderse en una zona sin cobertura o de que la app nos lleve por un camino estrecho e impracticable. Cambios recientes en carreteras, límites de velocidad no actualizados y falta de señalización han demostrado que confiar demasiado en el GPS puede acabar en sanciones.
1El caso de Irlanda: cuando el GPS se queda atrás

Un ejemplo reciente lo encontramos en el condado de Laois (Irlanda), donde muchos conductores se toparon con una desagradable sorpresa. Tras una campaña de seguridad vial, varios tramos de carretera redujeron su límite de velocidad de 80 km/h a 60 km/h. ¿El objetivo? Disminuir la siniestralidad en puntos conflictivos. Pero el cambio no quedó reflejado de inmediato en Google Maps ni Waze.
El resultado fue que numerosos usuarios siguieron circulando a 80 km/h convencidos de que respetaban los límites. Para colmo, en la zona se instaló un radar, por lo que en cuestión de días, decenas de conductores recibieron multas sin ser conscientes del porqué. El error no estaba en sus pies, pero sí en la confianza absoluta en un sistema que no se había actualizado a tiempo.