Los patinetes eléctricos llegaron como una revolución en la movilidad urbana. Una alternativa práctica, económica y ecológica que prometía reducir el tráfico y las emisiones en las grandes ciudades. Sin embargo, lo que comenzó como una solución sostenible se ha convertido en una fuente constante de debate entre peatones, conductores y autoridades. Y es que la convivencia entre los distintos modos de transporte en las calles españolas parece cada vez más complicada.
Según un reciente estudio de Norauto y la Fundación Española para la Seguridad Vial (FESVIAL), el 78% de los ciudadanos estaría a favor de limitar el uso de los patinetes eléctricos, mientras que un abrumador 80% considera que el uso del casco debería ser obligatorio en todos los desplazamientos. Estos datos reflejan una realidad innegable: España aún no ha encontrado el equilibrio necesario para integrar estos vehículos de movilidad personal (VMP) en su red urbana de manera segura y ordenada.
1Una convivencia urbana cada vez más tensa
El auge del patinete eléctrico ha sido meteórico. En apenas cinco años, se ha pasado de ser una curiosidad tecnológica a un fenómeno de masas, especialmente entre los jóvenes y los trabajadores urbanos que buscan desplazamientos rápidos y sostenibles. Sin embargo, este crecimiento descontrolado también ha traído consecuencias negativas.
Las aceras se han convertido en un campo de batalla donde peatones, bicicletas, motos y patinetes compiten por el espacio. Las denuncias por uso indebido de patinetes eléctricos —ya sea circular por zonas peatonales, invadir carriles bici o no respetar semáforos— se han multiplicado en toda España. Según datos de la DGT, solo en 2024 se interpusieron más de 25.000 sanciones relacionadas con VMP, una cifra que demuestra la magnitud del problema.








