Cada invierno, cuando bajan las temperaturas y aparecen las primeras heladas que afectan a los coches, las carreteras se llenan de una sustancia tan común como efectiva: la sal. A simple vista parece inofensiva, casi invisible cuando se disuelve, pero cumple una función clave para la seguridad vial. Gracias a ella —y a sus variantes— miles de kilómetros de asfalto evitan convertirse en auténticas pistas de hielo durante las madrugadas más frías.
Sin embargo, lo que es un aliado imprescindible para la circulación se convierte en un enemigo silencioso para tu coche. Restos de sal, cloruro cálcico o salmuera se adhieren a la carrocería, los bajos y los componentes mecánicos sin que apenas lo notemos. Y ahí empieza un problema que muchos conductores ignoran hasta que el daño ya está hecho.
4Frenos, llantas y neumáticos: los otros grandes afectados
Los frenos son otro punto crítico. La sal favorece la corrosión de discos y pinzas, especialmente si el coche pasa varios días parado tras circular por carreteras tratadas. Ese óxido no solo afecta a la estética, sino también al rendimiento del sistema de frenado y al desgaste irregular de pastillas y discos.
Las llantas, sobre todo si son de aleación, también sufren. La sal puede dañar el lacado y provocar pequeñas burbujas o descamaciones con el tiempo. En cuanto a los neumáticos, aunque el daño no es tan evidente, los residuos salinos pueden afectar a las válvulas y a los sensores de presión, generando fallos inesperados.








