Cada invierno, cuando bajan las temperaturas y aparecen las primeras heladas que afectan a los coches, las carreteras se llenan de una sustancia tan común como efectiva: la sal. A simple vista parece inofensiva, casi invisible cuando se disuelve, pero cumple una función clave para la seguridad vial. Gracias a ella —y a sus variantes— miles de kilómetros de asfalto evitan convertirse en auténticas pistas de hielo durante las madrugadas más frías.
Sin embargo, lo que es un aliado imprescindible para la circulación se convierte en un enemigo silencioso para tu coche. Restos de sal, cloruro cálcico o salmuera se adhieren a la carrocería, los bajos y los componentes mecánicos sin que apenas lo notemos. Y ahí empieza un problema que muchos conductores ignoran hasta que el daño ya está hecho.
2Qué ocurre cuando la sal entra en contacto con tu coche
Cuando conduces por una vía tratada contra el hielo, tu coche recibe una auténtica ducha de partículas salinas. Estas se acumulan especialmente en los pasos de rueda, los bajos, la suspensión, los frenos y los tornillos. La sal es altamente corrosiva y acelera el proceso de oxidación de metales, incluso en vehículos modernos con tratamientos anticorrosión.
A corto plazo, el conductor apenas nota nada. Pero con el tiempo, esa acumulación empieza a pasar factura: tornillos agarrotados, discos de freno con óxido superficial persistente, escapes deteriorados y piezas metálicas debilitadas. En coches más antiguos o con muchos inviernos a sus espaldas, el daño puede ser serio y costoso de reparar.








