Cada invierno, cuando bajan las temperaturas y aparecen las primeras heladas que afectan a los coches, las carreteras se llenan de una sustancia tan común como efectiva: la sal. A simple vista parece inofensiva, casi invisible cuando se disuelve, pero cumple una función clave para la seguridad vial. Gracias a ella —y a sus variantes— miles de kilómetros de asfalto evitan convertirse en auténticas pistas de hielo durante las madrugadas más frías.
Sin embargo, lo que es un aliado imprescindible para la circulación se convierte en un enemigo silencioso para tu coche. Restos de sal, cloruro cálcico o salmuera se adhieren a la carrocería, los bajos y los componentes mecánicos sin que apenas lo notemos. Y ahí empieza un problema que muchos conductores ignoran hasta que el daño ya está hecho.
1Por qué se utiliza sal para evitar el hielo en la carretera
La sal común, el cloruro cálcico y la salmuera tienen una propiedad fundamental: reducen el punto de congelación del agua. Al esparcirse sobre el asfalto, evitan que la humedad se transforme en hielo o ayudan a derretirlo si ya se ha formado. Es una solución sencilla, relativamente barata y muy eficaz, por eso se utiliza de forma masiva en carreteras de todo el mundo.
El cloruro cálcico, por ejemplo, actúa incluso con temperaturas más bajas que la sal tradicional, mientras que la salmuera —una mezcla de sal y agua— se aplica de forma preventiva para impedir que el hielo llegue a formarse. El problema es que todas estas sustancias no desaparecen sin más: se quedan adheridas al coche tras circular por carreteras tratadas.








