Durante años, los badenes tradicionales —también llamados lomos de burro o reductores de velocidad— han sido uno de los elementos más discutidos del mobiliario urbano. Son odiados por muchos conductores, tolerados por otros y, en algunos casos, incluso temidos por aquellos que conducen vehículos con suspensión baja. Sin embargo, pese a su impopularidad, su función es indiscutible: obligar a reducir la velocidad en zonas críticas y evitar accidentes.
Pero los tiempos cambian. Con la irrupción de nuevas tecnologías aplicadas al tráfico urbano y la movilidad sostenible, ha llegado el momento de reinventar hasta los elementos más simples del asfalto. En ese contexto aparecen los badenes inteligentes, una evolución que promete transformar las calles de nuestras ciudades y hacer que solo los infractores “paguen las consecuencias”.
4¿Dónde se están instalando los primeros badenes inteligentes?
España ha sido uno de los países pioneros en el desarrollo y la prueba de esta tecnología. Ciudades como Oviedo, Boadilla del Monte, Valencia o Barcelona ya han experimentado con este tipo de badenes inteligentes, especialmente en zonas escolares, áreas residenciales y tramos donde los radares fijos no son tan efectivos.
En otros países, como Suecia, Reino Unido o Emiratos Árabes, se han instalado modelos similares que incluso se comunican con sistemas de tráfico inteligente. Algunos están equipados con sensores de velocidad y cámaras integradas que envían información al centro de control urbano, ayudando a recopilar datos de circulación, picos de velocidad y patrones de comportamiento.
Además, existen proyectos piloto que combinan estos badenes inteligentes con sistemas de generación de energía. Aprovechan el paso de los vehículos para producir electricidad mediante pequeños generadores piezoeléctricos, que alimentan la iluminación de la calle o recargan señales de tráfico LED. Una idea que, de extenderse, convertiría cada badén en una pequeña central de energía urbana.








