Durante años, los badenes tradicionales —también llamados lomos de burro o reductores de velocidad— han sido uno de los elementos más discutidos del mobiliario urbano. Son odiados por muchos conductores, tolerados por otros y, en algunos casos, incluso temidos por aquellos que conducen vehículos con suspensión baja. Sin embargo, pese a su impopularidad, su función es indiscutible: obligar a reducir la velocidad en zonas críticas y evitar accidentes.
Pero los tiempos cambian. Con la irrupción de nuevas tecnologías aplicadas al tráfico urbano y la movilidad sostenible, ha llegado el momento de reinventar hasta los elementos más simples del asfalto. En ese contexto aparecen los badenes inteligentes, una evolución que promete transformar las calles de nuestras ciudades y hacer que solo los infractores “paguen las consecuencias”.
3Retos técnicos y de implantación
Pese a sus ventajas, la implantación de estos badenes inteligentes no está exenta de desafíos. Uno de ellos es el coste inicial: aunque a largo plazo compensan por su durabilidad y bajo mantenimiento, su instalación requiere inversión y homologación específica. Además, no todas las ciudades tienen el mismo tipo de calzada o condiciones de tráfico, lo que exige adaptar el diseño a cada entorno.
Otro reto importante es el mantenimiento preventivo. Aunque los fluidos no newtonianos son altamente resistentes, la exposición continua a temperaturas extremas, lluvias o tráfico pesado puede requerir revisiones periódicas para garantizar su correcto funcionamiento. Los ayuntamientos que los han probado destacan que, con un seguimiento técnico adecuado, la vida útil supera ampliamente a la de un badén convencional.








